¿Dónde está tu hermano?: de Abel a Farit, seguimos acabándonos

¿Dónde está tu hermano? es un llamado a desarmar los corazones en medio de la vilolencia que vive nuestra ciudad
¿Dónde está tu hermano?

Los seres humanos nos expresamos de diferentes formas ante las situaciones difíciles que se nos presentan en la vida. Algunos gritan, otros lloran en silencio. Ante el dolor, cantar les hace bien a algunos. Otros escriben, como Kafka, que en sus notas mostró cómo se desgarraba la vida ante la perpetua adversidad. Yo pertenezco a este grupo. Ante el dolor, la adversidad y la alegría escribo: antes en libretas —la mayoría extraviadas en incontables mudanzas que me ha tocado hacer a lo largo de mi vida— y, en los últimos años, en un computador.

A través de esta nota quiero hacer un llamado a lo profundo del corazón del ser humano… a despertar del letargo que nos ha sumido en la indiferencia. A que reconozcamos en cada rostro el reflejo de nuestra humanidad compartida, y en cada historia de dolor, un espejo de nuestra propia vulnerabilidad. Que esta nota sea una semilla plantada en terrenos áridos, para que brote conciencia, empatía y un compromiso real con la vida, la justicia y el respeto por el otro. Porque si no nos tocamos el alma ahora, ¿cuánto más dolor necesitamos para reaccionar?

El principio

No creo que haya una familia en Colombia que no esté inmersa en la violencia que, por dos siglos, nos ha tocado soportar como víctimas o como victimarios. Nos matamos por todo y por nada, en una irracionalidad sin límites y sin treguas.

Todo comienza con la historia de Caín y Abel, en el libro de Génesis, y marca el inicio de la violencia fratricida en la humanidad. Abel, pastor de ovejas, ofreció a Dios lo mejor de su rebaño, mientras que Caín, labrador, presentó una ofrenda que no fue mirada con agrado. Ese rechazo encendió en Caín una ira profunda, y su corazón se volvió oscuro ante la envidia y la falta de dominio propio.

La muerte de Abel no solo representa el primer derramamiento de sangre, sino que revela las consecuencias del pecado arraigado en el alma humana: el egoísmo, la rivalidad, la incapacidad de reconocer al otro como hermano. Dios, al confrontar a Caín, no lo condena sin antes hacerle una pregunta que resuena hasta hoy: “¿Dónde está tu hermano?”. Es una interpelación al corazón humano que trasciende la historia. Desde entonces, la tierra ha seguido escuchando los clamores de aquellos cuya vida fue arrancada sin razón, porque nadie tiene derecho a acabar con la vida de otro.

Nos estamos acabando

Seguimos acabándonos, sí. Como ríos que se evaporan sin que nadie lo advierta. Nos devoramos en el nombre de ideas que ya no nos pertenecen, herencias de odio que abrazamos como si fueran estandartes. Se acaba con la vida de otro incluso por sospechas, o por un amor “equivocado”.

En los parques, las risas han comenzado a sonar bajito, tímidas, como si sospecharan que la alegría tiene un costo que pronto cobrará la vida. La ternura se esconde en los rincones, temerosa de una palabra mal dicha, de una mirada que juzgue, o de un silencio que condene. Cada familia carga una crónica de ausencias por la violencia humana.

Nuestra patria chicha, en otrora remanso de paz, hoy se convierte en una de las ciudades más violentas en los últimos años.

Mataron a Farit

La noche del 10 de julio a los 31 años, en el esplendor de su vida, a Farit lo asesinaron sicarios cuya única motivación fue el dinero. Él no les hizo daño y aun así, nadie tiene el derecho de acabar con la vida de un ser humano. Eso sí, alguien les pago la “vuelta”, para dejar una estela de dolor, preguntas sin respuesta como la de su pequeño hijo —“¿Y por qué a él, mamá?”— y un vacío imposible de llenar.

Farit Taborda, un padre abnegado, no era solo un nombre. Era parte de una familia, de un barrio, de una ciudad, de un país que tantas veces confunde justicia con venganza y paz con olvido. Su ausencia pesa. Como pesan las historias truncadas por balas, por odio, por desidia, por intolerancia.

Desde esta nota alzamos un clamor: que la vida vuelva a valer, que se desarmen los corazones, que los nombres no se borren, que el abrazo de Dios consuele a quienes lloran, y que la memoria de Farit sea semilla de transformación, no solamente lamento.

No todo está perdido

Aunque Caín levantó la mano contra su hermano, y Farit fue asesinado por quienes vendieron su conciencia al dinero, el relato humano no termina en la tumba. Porque hay otro nombre que se levantó para redimirnos: Jesús, el Cristo, que fue entregado por amor, no por odio. En Él no hay muerte que no pueda transformarse, ni herida que no pueda ser tocada con compasión eterna.

“He aquí, yo hago nuevas todas las cosas.” —Apocalipsis 21:5

Y es en esa promesa que hoy nos aferramos. Que las lágrimas derramadas se conviertan en ríos de justicia. Que los silencios rotos por balas se llenen nuevamente con cantos de paz, himnos de victorias. Que los parques no sean testigos del miedo, sino del juego. Que las terrazas sean el punto de encuentro familiar como antes. Y que Colombia deje de contar ausencias para empezar a contar abrazos.

Porque si desde la sangre derramada de Abel hasta la injusticia que se llevó a Farit hemos aprendido algo, es que el corazón humano puede romperse. Pero también puede transformarse, puede perdonar. Porque el perdón es una semilla que puede salvarnos de convertirnos en lo que más nos duele.

Perdonar no es olvidar, ni justificar. Perdonar es liberar el alma del veneno que nos deja la ira. Es reconocer que en medio del caos, hay una luz que no se apaga. Porque si Dios, aún sabiendo de nuestra imperfección, nos ofrece perdón sin condiciones, ¿cómo negarlo nosotros? Hoy perdonamos no porque no duela, sino porque queremos sanar. Porque Farit merece memoria, no odio. Y porque el país necesita corazones restaurados para poder renacer.

¿Qué hacemos?

Les propongo una jornada de silencio, donde Barranquilla se detenga por completo, sería un acto colectivo de conciencia que hable sin palabras. En una sociedad donde el ruido de la violencia se ha vuelto cotidiano, el silencio bien podría ser el grito más profundo de transformación. Sería un día de recogimiento colectivo. Un acto simbólico de parar—callar, cerrar, pausar—para que el ruido de la vida no siga opacando el valor de la vida misma. Te le mides, espero tu opinión.

PD. Hoy no escribo desde la rabia, sino desde la esperanza. Escribí porque el dolor necesita respirarse para no asfixiarnos, para mover la conciencia de la sociedad que ha normalizado resolver los problemas con la violencia y para que la esperanza se cuele por las rendijas de la desesperanza.

Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; Y salva a los contritos de espíritu. Salmos 34:18

Javier Ahumada Bolívar. Periodista, escritor y poeta.

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1 Comentarios

  1. La realidad de Barranquilla y el mundo nos ha sumergido en una gran niebla espiritual, en la que ya no se distingue la realidad, de los imaginarios producto del terror que antes de veía más bien en películas. Debemos movernos y sacudir la sociedad hasta recuperar el respeto por la vida.

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