Los dos cimientos

Casa sobre la Roca
Edificando sobre la roca

Leemos en el Santo Evangelio, según San Mateo 7:24-27, la siguiente perícopa o porción bíblica:

“Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina”.

Se nos presenta aquí, en este pasaje, un cuadro notable de dos clases de creyentes cristianos. A la primera pertenecen los que oyen la Palabra de Dios y la practican; y a la segunda los que oyen esa misma palabra y no la ponen por obra.

El que oye los preceptos del cristianismo y los cumple es como el hombre prudente que edifica su casa sobre una roca. No se contenta con que se le exhorte al arrepentimiento, a la fe, a la vida santa; más se arrepiente, cree, deja de hacer lo malo, aborrece todo lo que es pecaminoso y practica lo que es bueno. Oye y ejecuta. Como dice el Apóstol Santiago 1, 22: “sed hacedores de la palabra, y no tan solo oidores, engañándoos a vosotros mismos”. Y ¿qué resulta de ahí? Que a la hora de la prueba su religión no lo abandona. Acaso las enfermedades, los pesares, la pobreza, los desengaños, el duelo vengan sobre él como otras tantas tempestades; más su alma gozará de calma y de consuelo. Puede haberle costado muchos afanes y muchas lágrimas el echar los cimientos de la religión o su fe; más, su trabajo no ha sido emprendido en balde. Después cosecha los frutos: la religión que puede hacer frente a los contratiempos es la verdadera religión.

Por otra parte, el que oye los preceptos cristianos y no los practica es como el hombre insensato que construyó su casa sobre la arena.

Contentase con oír y aprobar, pero no da un paso más hacia delante. Tal vez se lisonjea con la creencia de que su alma está bien para con Dios, porque abriga ciertos sentimientos, ciertas convicciones, ciertos deseos espirituales. Nunca se aparta del pecado ni rompe los lazos que lo ligan al mundo; nunca se acoge a Cristo ni toma sobre sí, la cruz. Todo lo que hace es oír la verdad.

Y ¿qué le sucede a un hombre de esa clase? Que su religión lo abandona en la primera borrasca que le sobrevenga. Como los manantiales que no afluyen en el estío, le falta cuanto tiene mayor necesidad de ella, y lo deja, como un barco echado a pique, sobre un banco de arena para que sirva de escándalo a la iglesia, de ludibrio a los infieles y de tormento así mismo. Muy cierto es que poco vale lo que poco cuesta. Una religión que no nos cuesta nada, y que solo consiste en oír sermones, resultará al fin ser inútil. Así termina el célebre Sermón en el Monte. Cuidemos de que ejerza un influjo permanente sobre nuestras almas. Fue predicado para nuestro provecho, así como para el de los que lo oyeron. Si lo miramos con indiferencia tendremos que dar cuenta de ello en el último día. (Juan 12:48).

Colofón

“En cierta ocasión, una mujer de entre la multitud, viendo a Jesús, se acercó y le dijo: bienaventurado el vientre que te concibió y los pechos que te amamantaron. Y Él le dijo: más bienaventurados son los que oyen la palabra de Dios, y la guardan”. (Lucas 11:27-28).

Escrito por el hermano JOSE L. ANGULO MENCO, filosofo, escritor, especialista en Ciencias Religiosas y Sagradas Escrituras y docente universitario.  

Horizonte con Cruz

La virtud de la religión

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