Por: Javier Ahumada Bolívar
Ya no hay adjetivos para calificar la obra de amor por el prójimo que desarrolla la hermana Luzmila Meza con los habitantes de la calle, especialmente con aquellos de mayor edad que por alguna circunstancia la vida los arrojó a vivir a la intemperie.
María Blanco de 53 años es el caso más reciente. Tenía por hogar un espacio del andén de la carrera 38 con la calle 72, allí permaneció por más de tres años, como un mal retrato sentada en una vieja silla que la sostenía ante la mirada indolente del Estado, pues este debe garantizarles al ciudadano condiciones de vida digna y la indiferencia de la sociedad.
Pero María Blanco no todo el tiempo fue habitante de la calle, era una mujer trabajadora, casada y con dos hijos, estudio Manipulación de Alimentos en el Sena y los últimos años, antes de perder la cordura, vendía agua y bebidas energizantes en la carrera 38 con la calle 72. Amaury Barrios y su esposa Siboney Delgado le suministraban los productos para que los vendiera.
“Ella llegó más o menos bien, pero poco a poco se fue deteriorando mentalmente, hablaba sola e incoherencias hasta que un día consiguió una silla y se sentó debajo del árbol, ahí en la pared de la Tripla A, prácticamente ese fue su habitad por mucho rato, ahí hacia todo”, comentó Amaury.
Después de varios intentos la hermana Luzmila, quien lleva más de 30 años recogiendo seres humanos desahuciados y abandonados en hospitales y habitantes de la calle, logró trasladarla hasta las instalaciones de la Fundación La Tierra Prometida, una casa finca ubicada en el municipio de Galapa. Allí pernoctan más de 80 ancianos a quienes se les brinda techo, alimentación, atención básica en salud, atención sicosocial y actividades recreodeportivas, pero sobre todo se les brinda amor.
“Es que yo fui habitante de la calle, yo se lo que es eso: el rechazo y el desprecio de la gente, es lo peor por lo que un ser humano puede pasar. Dios a mí me preparó al hacerme vivir esa situación, soy feliz sirviéndoles a mis “muchachos”, porque sé que de esta forma le sirvo a mi Dios”, indica Luzmila Meza quien es directora de la fundación.
Después de indagar y recabándole información a María, llegaron hasta el barrio San Luis, al sur occidente de la ciudad, donde se produjo un hermoso acto; ella y sus dos hijos se reencontraron después de varios años. Al verlos los ojos de María brillaron con intensidad, ellos la abrazaron y prometieron visitarla con frecuencia. Cabe resaltar que uno de los hijos padece, presuntamente discapacidad mental, lo que antes se denominaba retraso mental.
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