Comentario bíblico con motivo del nuevo año
Comencemos por esclarecer el significado del término odre. Dice el diccionario: Recipiente hondo, de cuero o piel de un animal, principalmente de cabra, cosida en forma de saco, para recibir líquidos (agua, vino, aceite y especialmente, leche). En el Salmo 119:83 se menciona “odre al humo”, que se refiere probablemente al deterioro de un odre expuesto al humo de una chimenea. El vino nuevo, que está pasando aún por un proceso de fermentación, debe ponerse en odres nuevos, que podrán resistir este proceso, en tanto que los cueros viejos reventarían.
Dijo Jesús, con motivo de la pregunta que sobre el ayuno le hacían los discípulos de Juan: “Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; porque tal remiendo tira del vestido, y se hace peor la rotura. Ni echan vino nuevo en odres viejos; de otra manera los odres se rompen, y el vino se derrama, y los odres se pierden; pero echan el vino nuevo en odres nuevos, y lo uno y lo otro se conservan juntamente.” (Mateo 9:16-17).
En el texto citado, Jesús nos dice que no se puede echar vino nuevo en odres viejos, pues como leímos en el diccionario, el vino nuevo con el proceso de la fermentación romperá los odres viejos. Es por eso que el vino nuevo debe ser echado en odres nuevos y, de esa manera, los dos se conservan mutuamente.
Con esto, Jesús nos está hablando del nuevo pacto que es traído por Él, las buenas nuevas de salvación, la cual para ser partícipe de ellas es necesario desechar la vieja manera de vivir. También se refiere al Espíritu Santo, que es simbolizado por el vino, el cual ha de echarse en odres nuevos, entendiéndose que por odre la parábola hace referencia a nuestras almas, las cuales deben ser como recipientes nuevos; debemos ser renovados para poder recibir el Espíritu Santo en nuestras vidas.
De ahí que esto nos remite a lo que nuestro Señor Jesucristo le dijo a Nicodemo, hombre religioso, conocedor de las Escrituras, un buen hombre, un principal entre los judíos, que tuvo la siguiente conversación con Jesús: “Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.” (Juan 3:3-6). Ese nuevo nacimiento es una invitación a cambiar nuestra vieja forma de ser, a dejar de practicar nuestras viejas acciones que no agradan a Dios; es ser nueva criatura.
El Apóstol Pedro también predicó de ese nuevo nacimiento del agua y del Espíritu en el día de Pentecostés diciendo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.” (Hechos 2:38). En ese día Dios había cumplido la promesa del Espíritu Santo, el cual se manifestó en la señal de hablar nuevas lenguas.
El Espíritu Santo es ese vino nuevo, que debe ser echado en odres nuevos, es decir, en corazones arrepentidos. En corazones aptos para dar inicio a una nueva vida donde ya no gobiernen los frutos de la carne, sino que por medio del arrepentimiento y del bautismo sean nuevas criaturas aptas para iniciar una nueva vida en Cristo con la llenura de su Santo Espíritu.
En Romanos 6, el apóstol Pablo nos dice que el bautismo es muerte y resurrección con Cristo, pues, así como Cristo murió en la cruz del Calvario por nuestros pecados, nosotros debemos morir al pecado, desechar la vieja vida que representa al odre viejo, y de esta forma, así como Cristo resucitó, nosotros también resucitamos juntamente con Él en el bautismo para una nueva vida, llenos del Espíritu Santo, ser odres nuevos, llenos de vino nuevo.
Las Sagradas Escrituras también nos dicen que “si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2 Corintios 5:17). Por eso, solo cuando aceptamos que necesitamos a Jesús en nuestras vidas y nos arrepentimos de nuestras faltas, es cuando le damos la oportunidad al Espíritu Santo de que actúe en nuestras vidas, pues es necesario un cambio, una nueva forma de pensar y de actuar.
No podemos pretender vivir el evangelio de Cristo y tener la llenura del Espíritu Santo en un cuerpo pecaminoso. No se puede consentir seguir en los mismos pecados y que la religiosidad nos acerque a nuestro Señor Jesucristo. No se puede servir a dos señores. Pues la salvación que nos ha sido dada por gracia no es para seguir siendo odres viejos, sino que es la oportunidad de una nueva vida, la oportunidad de ser odres nuevos, dispuestos a pasar por todo el proceso de fermentación del vino, dispuestos a que el Espíritu Santo transforme nuestras vidas y dar testimonios con nuestra nueva manera de ser, de cómo el amor de Cristo nos ha cambiado para vida eterna.
Escrito por el hermano JOSE L. ANGULO MENCO, filosofo, escritor, especialista en Ciencias Religiosas y Sagradas Escrituras y docente universitario.
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