
Nacimientos en caída, mortalidad en aumento
Colombia registró en 2024 la cifra más baja de nacimientos en la última década: 455.000 nacidos vivos, una caída del 12 % frente a 2023 y del 31 % frente a 2015, según el DANE. Aunque entre enero y julio de 2025 el descenso ha sido más moderado, la tendencia sigue preocupando. En contraste, la mortalidad aumentó, con 275.778 defunciones en 2024, y un alza del 361 % en muertes asociadas a trastornos mentales y del comportamiento en los últimos diez años, especialmente por Alzheimer y demencias.
Estas cifras no solo revelan cambios demográficos, sino también fracturas sociales, emocionales y espirituales. La caída en la natalidad refleja incertidumbre, falta de esperanza y desafíos económicos. El aumento en las muertes por causas mentales nos habla de soledad, ansiedad y pérdida de sentido, especialmente en adultos mayores.
Mireya y la decisión de no formar familia
Mireya (nombre cambiado) tiene 39 años, no tiene hijos y no contempla la maternidad como parte de su proyecto de vida. Aunque ha tenido pareja, afirma que no se “ve criando hijos, de ella ni de otros”, refiriéndose también a la posibilidad de adoptar. Es gerente de una corporación financiera, vive sola en un apartamento cómodo junto a una perrita Terrier de pelaje corto, y cuenta con el apoyo de una empleada que cuida de ambas.
Su historia refleja una tendencia creciente en sectores urbanos y profesionales: mujeres que priorizan la autonomía, el desarrollo personal y la estabilidad económica por encima de los modelos tradicionales de familia. Pero ¿qué hay detrás de esta elección?
La psicóloga Marlyn Pérez Martes, terapeuta individual y de familia, explica que “una de las razones es que se ha desvirtuado el concepto y valor de la familia. A partir de la desintegración familiar y la alteración de los roles, se ha desdibujado en nuestra sociedad la importancia de construir espacios donde se solidifiquen los vínculos. La ausencia de confianza y seguridad en la niñez provoca que, en la etapa adulta, se priorice la individualidad. Y en ocasiones, la soledad”.
Este fenómeno plantea preguntas profundas sobre el sentido de familia, el valor de los vínculos afectivos y la necesidad de reconstruir espacios de pertenencia. En tiempos donde la independencia se celebra, también es vital reflexionar sobre el papel de la familia como refugio, escuela emocional y semilla de esperanza.
Sara: “no quiero repetir la historia”
Sara tiene 25 años, convive con su compañero desde hace 10 y es madre de dos niños. Es la sexta de nueve hermanos, y quedó embarazada por primera vez a los 15 años. Tras el nacimiento de su hija, y con la aprobación de su pareja, se sometió a una cirugía de cortadura de trompas. “Excepto un milagro, nunca más tendré otro hijo”, afirma con serenidad.
Su decisión está marcada por la historia familiar: “No quiero repetir lo de mis padres que tuvieron tantos hijos. Aunque nunca pasamos hambre, mi papá decía que donde comen dos, comen tres. Tuvimos una vida muy limitada, por eso me fui rápido de la casa”.
En otrora, las familias numerosas eran comunes, símbolo de fortaleza y unidad. Hoy, casos como el de Sara reflejan un cambio profundo en las prioridades, los temores y las condiciones sociales que rodean la maternidad generosa.
Si la tendencia de disminución de nacimientos en Colombia continúa durante los próximos 50 años, el país enfrentaría una transformación demográfica profunda con múltiples implicaciones sociales, económicas y espirituales.
La proporción de adultos mayores aumentaría significativamente. Colombia pasaría de ser un país joven a uno envejecido, con más personas jubiladas que activas, laboralmente.
Especulando un poco con la imaginación así se anunciaría el informe del DANE en el año 2075
“Colombia un país envejecido que clama por vínculos y esperanza“
Han pasado cinco décadas desde que el DANE alertó sobre la caída sostenida en los nacimientos. Hoy, en 2075, Colombia ya no es un país joven. La proporción de adultos mayores supera con creces a la población activa, y el rostro de la nación ha cambiado profundamente.
La fuerza laboral se ha reducido drásticamente. Con menos jóvenes en edad productiva, la economía enfrenta desafíos estructurales: menor innovación, presión sobre los sistemas de pensiones y salud, y una carga fiscal creciente. El Estado invierte más en cuidados geriátricos, subsidios y atención emocional, mientras recauda menos por la disminución de población activa.
Las familias son más pequeñas, muchas sin hijos. El modelo tradicional ha sido reemplazado por estructuras individuales, convivencias sin descendencia o vínculos afectivos no parentales. Esto ha generado un desbalance generacional, donde los adultos mayores enfrentan soledad, desconexión social y fragilidad emocional. La salud mental se ha convertido en una prioridad nacional.
Mireya y Sara en 2075
Mireya valoraba su independencia. Si su vida siguió ese estilo de vida, es probable que haya partido sin descendencia directa, y quizás sin una red familiar cercana. ¿Murió en soledad? Tal vez sí.
Su historia refleja una tendencia creciente: vidas sin hijos, pero no necesariamente sin propósito. La soledad física no siempre es abandono espiritual. Si Mireya encontró paz en su elección, su vida fue plena a su manera.
Por su parte Sara a los 75 años es abuela y bisabuela. Tiene dos nietos uno de cada hijo y un bisnieto, cumpliéndose como ella misma dijo: “No quiero repetir la historia de mis padres que tuvieron tantos hijos”, sus hijos optaron por familias pequeñas e incluso por no tener herederos.
Su decisión de cerrar el ciclo reproductivo fue consciente, marcada por una historia de limitaciones y sacrificios. Pero también sembró una nueva forma de maternidad: más reflexiva, más planificada, más libre. Si sus hijos heredaron esa visión, su linaje puede haber continuado con menos miembros, pero con vínculos más sólidos.
¿Qué nos queda como sociedad y como Iglesia?
En medio de esta transformación, el llamado espiritual es más urgente que nunca. La Iglesia y la sociedad tienen la oportunidad de reconstruir vínculos, acompañar generaciones y sembrar esperanza. La Palabra sigue vigente:
“Con mi voz clamé a Jehová, y Él me respondió”. Salmo 3:4
“Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne…”. Hechos 2:17
Hoy, más que nunca, necesitamos volver al corazón de Dios, restaurar el valor de la familia, cuidar a nuestros mayores y abrazar a quienes viven en soledad. Porque aunque los nacimientos hayan disminuido, el llamado a amar, servir y acompañar sigue siendo eterno.

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Proyectándonos al 2075; aunque para esa época ruego a Dios me encuentre en los lugares Celestiales, gozando de la verdadera vida Eterna; aunque la hayamos iniciado desde acá; yo soy un poco más optimista y lo digo porque si nos basamos en la máxima de que los extremos son malos, tener muchos hijos y no tenerlos nos ubican en una situación crítica ya que en el primer caso hoy día es una locura; y no tenerlos desde el punto de vista del que ha tenido por lo menos dos, como es mi caso también nos perderíamos de la experiencia para mi mus grande y hermosa como lo es el tener el Poder de crear Vida; un Don heredado del Padre Etetno; en el cual podemos saborea, experimentar y disfrutar del Amor Ágape que el Padre Eterno nos tiene y nosotros disfrutar de ese sentimiento tan noble con nuestros hijos;y muchas veces al pensar en la prueba que pasó nuestro Padre de la Fe, el hermano Abraan, sin lugar a dudas ha sido la prueba más grande que un ser humano a podido pasar como lo es el llegar al extremo de sacrificar a su propio hijo en obediencia al Padre y que lógicamente nuestro Padre bueno no permitió que Abram procediera; me quito el sombrero como diría cualquier parroquiano ante esa decisión de Abram.Volviendo al tema que nos embarga simplemente diría que el ser humano para esa época planearia en solo tener dos hijos; ya que dos son compañía y la familia estaria compuesta por 4 personas; Disfrutar de la familia, eso no tiene comparacion en este caso yo me adelanté a esa epoca. Dios les bendiga.