
Esta crónica, escrita hace casi una década, cobra hoy nueva fuerza tras la partida de la pastora Hilda Paulina Ramírez, quien fue llamada por el Señor hace apenas dos días. Su legado espiritual permanece intacto en el barrio Montes, donde lideró durante más de 50 años la iglesia Cristiana Sarepta y transformó vidas con su mensaje de fe, valentía y servicio.
Una vida que desafió la historia con la Palabra
Una vez por mes llego hasta las oficinas de la iglesia para cobrar la venta del periódico Buenas Nuevas. Para ingresar hay que esperar que la secretaria abra, inicialmente el candado de la reja que protege la terraza y luego el de la puerta que da al interior. Mientras espero a que venga el encargado del pago, de la puerta, que está justo frente a mis ojos, se asoma una anciana con papeles en sus manos que da una orden. Luego sale. Me saluda rápido, casi sin mirarme; se detiene en otra oficina, pide un informe; después, con la secretaria, manda a llamar a no sé quién, que llega apresurado y lo manda al banco.
—¿Usted viene a hablar conmigo, hermano? —me pregunta.
—No, pastora. Estoy aquí para co…
Da media vuelta e ingresa a su oficina. Espera a alguien para darle consejería.
Esta incansable mujer de 76 años de edad es Hilda Paulina Ramírez, pastora de la iglesia cristiana Sarepta, ubicada en el barrio Montes de la ciudad de Barranquilla, quien por casi 50 años ha sido el alma y timonel espiritual de una comunidad agobiada por la delincuencia, el alcoholismo, las drogas y la prostitución.
Llegó a Barranquilla a finales de los 60, con sus tres hijos, Guillermo, Irma y Nancy, y el gran reto de pastorear otra iglesia en ciernes. Así mismo lo había hecho en Armero y en El Líbano, Tolima, obedeciendo la voz de Dios que la enviaba a predicar fuera de la vereda San Nicolás (Cundinamarca), lugar en que nació natural y espiritualmente.
Nunca había visitado Barranquilla.
—La conocía de referencia por los carnavales —dice.
Pero ella no pensó dos veces la notificación del misionero David Willians en trasladarse de El Líbano al calor de la arenosa. Estaba segura de que era Dios quien la enviaba y era Él quien la respaldaría. Su condición de mujer abandonada por el padre de sus hijos no la hacía sentir sola ni débil, sino fortalecida por un Dios que le suplía en todo.
El barrio Montes no era ni sombra de lo que es hoy. La mayoría de sus casas eran de bahareque y el techo de paja. La iglesia estaba sitiada por cantinas y bares, siendo la más famosa el estadero La 100, que aún perdura.
La iglesia, para entonces, se llamaba Bethel y la lideraba el pastor Carlos García, quien ya partió a la presencia de Dios. La capilla estaba ubicada en el patio de la casa; era una estructura de madera y la cubierta hecha de ramas de palmas entrelazadas. La congregación apenas podía contarse con los dedos de la mano.
Ahí comenzó a ver la gloria y la fidelidad de Dios. Todos los días salían a predicarles a los vecinos y comunidades aledañas; recibían insultos, pero para ella era como si dijeran “amén” o “aleluya”. Pasó por todo tipo de situaciones, desde los desiertos más áridos y dolorosos hasta las bendiciones insospechadas del Señor, como cuando se presentó un empresario a decirle que Dios le había ordenado que construyese una nueva iglesia.
La inversión fue de varios cientos de millones de pesos. Hoy el nuevo templo se erige imponente y majestuoso en el mismo sitio que hace 50 años era una humilde casa.
Esta mujer luchadora, persistente y rebosante de fe siempre se supo rodear de personas comprometidas con la obra. Hombres y mujeres llenos del amor del Creador que desafiaron las adversidades y le creyeron a un Dios de promesas cumplidas. Servirle al Señor y rescatar al perdido es el motor que la impulsa desde el amanecer de cada día hasta bien entrada la noche.
Tiene diez iglesias hijas en la costa atlántica, que lideran hijos espirituales de la pastora Hilda Paulina Ramírez. Respalda misioneros que se encuentran en los departamentos del Cauca y Amazonas, y fuera de Colombia, en España específicamente. Sostienen la Fundación FUNVIES, donde atienden integralmente a 80 niños vecinos del sector.
Es la madre de la reconocida salmista Nancy Ramírez, quien manifiesta sobre su progenitora:
“Fui formada en la mejor de las escuelas, mi hogar. Soy hija de una gran mujer, ministra del evangelio. Ella me forma, educa y apoya para llegar a ser quien hoy soy: una ministra adoradora.”
En un mundo moldeado por estructuras masculinas que aún cuestionan el pastorado femenino, ella se ha levantado estoicamente con el sello divino de fe, fortaleza y valentía: voz del Señor entre los suyos, luz en medio de la historia.
La pastora Paulina deja un testimonio grabado en piedra y espíritu: el de una mujer que creyó, construyó y nunca se detuvo en su misión de rescatar al perdido.
“Si vivimos, es para honrar al Señor, y si morimos, es para honrar al Señor. Entonces, tanto si vivimos como si morimos, pertenecemos al Señor.” Romanos 14:8
El equipo editorial de Buenas Nuevas se une al clamor de gratitud por esta vida que tocó tantas otras.
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Nuestras sentidas condolencias a nuestra hermana en la comun fe y sierva del señor, Nancy Ramírez ,y al resto de su familia , por el sensible fallecimiento de su señora madre y ministra del señor , Paulina Ramírez…sorbida es la muerte en victoria y que el señor les fortalezca en su nombre interior