Tarjeta Navideña… Y el verbo se hizo carne…

Esta es la parte del Evangelio de Juan 1: 14 que trata de la encarnación del Verbo, y dice textualmente así: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”.

La principal verdad que este versículo nos enseña es la que el Hijo de Dios realmente se encarnó, o se hizo hombre. “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros”. Lo que estas palabras claramente significan es que nuestro divino Salvador se revistió realmente de la naturaleza humana a fin de salvar a los pecadores. Fue un hecho que Él se hizo hombre como nosotros en todo, menos en el pecado. A semejanza nuestra, nació de una mujer, aunque de una manera milagrosa. A semejanza nuestra, pasó de la infancia a la adolescencia, y de esta a la edad viril, creciendo en estatura y en sabiduría. Lucas 2: 52. A semejanza nuestra sentía hambre y sed, comía y bebía, lloraba y sentía cansancio, dolor, admiración, regocijo, indignación y lástima. También oraba, leía las Escrituras, se dejaba tentar, y sometía su voluntad humana a la voluntad de su Padre celestial. Y finalmente, en el mismo cuerpo, sufrió, y derramó su sangre, y murió, y fue enterrado, y resucito, y ascendió a los cielos. Y nunca dejó de ser Dios, así como también hombre.

La unión de estas dos naturalezas en la persona de Cristo es sin duda uno de los más grandes misterios de la religión cristiana. Es preciso definirla con cuidado. Y así tener claro que Jesucristo es el Verbo del Padre, cuya existencia es desde la eternidad y es engendrado del Padre, adquirió su naturaleza humana de la Virgen María al estar en su vientre, y así dos naturalezas completas, perfectas y diferentes, es decir la Divinidad y la humanidad, fueron unidas en una misma persona, para jamás ser divididas; de ahí resulta un Cristo que es verdadero Dios y verdadero hombre.

Empero, jamás debemos olvidar que aunque nuestro Señor fue Dios y hombre al mismo tiempo, las dos naturalezas nunca se confundieron. La una no absorbió la otra. Ambas permanecieron perfectas y distintas. Cristo jamás se despojó de la divinidad, aunque a veces la mantuvo oculta. Y en cuanto a su humanidad, jamás dejo de ser como la nuestra, aunque adquirió una dignidad excelsa por su unión con la divinidad. Cristo es Dios perfecto, más, nunca ha dejado de ser hombre perfecto desde el momento de su encarnación. El ser que ha ascendido a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre, es hombre, así como también Dios. Cristo es hombre perfecto, más, nunca ha dejado de ser Dios perfecto. El Ser que sufrió en la cruz para nuestro rescate, fue “Dios manifiesto en la carne.” Aunque se hizo carne en el sentido más completo cuando nació de la Virgen María, en ningún tiempo dejó de ser el Verbo Eterno.

Esta unión constante e inseparable de las dos perfectas naturalezas, es lo que pone a Cristo en aptitud de obrar como Mediador de los pecadores, y lo que de realce a su mediación. Nuestro Medianero es un Ser que puede compadecerse de nosotros, porque es verdadero hombre; y, sin embargo, también puede interceder con el Padre, como igual, porque es verdadero Dios. Esta es la unión que da realce a su justicia, a la justicia que es imputada a los creyentes; puesto que es la de un Ser que era Dios, así como también hombre. Esta es la unión que da realce a la sangre expiatoria que derramó en la cruz; porque esa sangre fue la de un Ser que era Dios, así como también hombre. Esta es, en fin, la unión que da realce a su resurrección. Cuando se levantó de entre los muertos como Adalid de los creyentes, lo hizo no solo como hombre, sino como Dios.

Terminemos este tema con sentimientos de gratitud y agradecimientos muy profundos. El pasaje tiene mucho de consolador para todos los que creemos en Jesucristo y confiamos en ÉL.

¿Se encarnó el Verbo? Entonces puede enternecerse ante las debilidades y flaquezas de su pueblo, puesto que Él mismo sufrió y fue tentado. Es todopoderoso, porque es Dios; y, sin embargo, puede tomar parte en nuestro dolor porque es hombre.

¿Se encarnó el Verbo? Entonces tenemos en Él un modelo, un ejemplo según el cual podemos arreglar nuestra conducta diaria. Si hubiera vivido con nosotros como ángel o espíritu, jamás podríamos imitarlo. Pero habiendo habitado en nuestra tierra como hombre, sabemos que la verdadera santidad consiste en “andar como él anduvo.”

Por último, ¿encarnóse el Verbo? Entonces de ahí se infiere que nuestros cuerpos mortales tienen cierta dignidad real, y que no debemos mancharlos con el pecado. Por vil y débil que nos parezca la carne humana, debemos recordar que el Hijo eterno no desdeño revestirse de ella y ascender así a los cielos.    

Escrito por el hermano JOSE L. ANGULO MENCO,
filosofo, escritor, especialista en Ciencias Religiosas y Sagradas Escrituras y docente universitario.

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