La última iglesia

Ruinas de la iglesia Laodicea
Laodicea última iglesia

De las siete iglesias que menciona Juan en su libro de Apocalipsis, cada una corresponde a un periodo determinado de la era cristiana, correspondiendo a Laodicea, el séptimo o último lugar.

La palabra Laodicea viene del griego Laos, que significa pueblo, y dikè, justicia. Etimológicamente, pues, justicia para los pueblos, la justicia para los últimos tiempos o el juicio universal.

El espíritu le dice a la iglesia de Laodicea: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente¡” (Ap. 3:15).

Pero por cuanto eres tibio y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca (Ap. 3:16).

Tibio quiere decir: apático, desinteresado, indiferente a los grandes cambios, señales y sucesos espirituales y sociales que se están dando en estos últimos tiempos.

Más adelante, el Señor calificó a esta iglesia de “pobre”.

Ella, sin embargo, pensaba de sí misma que era rica. Y, en efecto, ella era rica, pero no de esa riqueza que tiene importancia para la eternidad. Las iglesias de nuestros días también piensan que son ricas. Muchas veces inclusive se jactan diciendo: “Nosotros tenemos una alta cultura cristiana, tenemos las tradiciones de los siglos, tenemos rituales espléndidos, maravillosos sitios religiosos, especialmente ricos en arquitectura, pintura y música. Tenemos una pretenciosa organización, gran jerarquía, extraordinarios recursos materiales y riquezas”. En una palabra, tenemos mucho de todo, por eso somos ricos. Pero el Señor mira toda esa mescolanza, y dice: “Tú eres pobre”, y el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros (Romanos 2:24). Y, en efecto, muchos cristianos de nuestros días no tienen siquiera aquellos valores espirituales y morales que poseen los paganos. Aún más: los cristianos oficiales de nuestros días, bajo ciertos aspectos, se han tornado peores que los paganos.

Las iglesias contemporáneas tienen plata y oro, pero carecen de tesoros espirituales. Están necesitados, miserables y pobres.

Pero aquí no termina la característica de la iglesia de Laodicea. Leemos que, además, es “ciega”. Ser ciego es una gran desgracia. Pero la peor desgracia la vive aquel que no quiere ver su propia condición. Así era la iglesia de Laodicea, y así, muy semejantes, son todas las iglesias de nuestros días. No es posible aclarar este hecho de otra manera, ya que las iglesias de hoy están llenas y traspasadas del mal hasta la profundidad del alma, desmoralizadas hasta los límites extremos, y no ven todo esto, considerándose como iglesias santas… Por el contrario, a los verdaderos santos que aman a Dios y viven de acuerdo a su enseñanza, estas iglesias los persiguen y los deshonran. ¿No es acaso esto ceguera espiritual?

Por último, el Señor dijo que esa iglesia era, además, “desnuda”. Antes, los fariseos se vestían con un manto de hipocresía. Pero hoy los eclesiásticos andan como desnudos salvajes, y se han acostumbrado tanto a su desnudez espiritual que no alcanzan a descubrirla. Al contrario, cuando alguien procura vestirse de las “acciones justas de los santos” (Apocalipsis 19:8), esto es, en la honradez cristiana (Colosenses 3:12-14), entonces se burlan de ellos, procuran por todos los medios despojarlos de estas vestimentas espirituales o, cuando menos, mancharla. Lo hacen porque ante tales personas cubiertas comienzan ellos a ver su desnudez y comienzan a avergonzarse, pero como no tienen con que cubrirse procuran descubrir a los cubiertos.

La iglesia de Laodicea no deja de ser un terrible cuadro. Con pensar solamente. Desventurada, miserable, pobre, ciega y desnuda. No obstante, esta desgraciada, espiritualmente hambrienta, saqueada, enceguecida y despojada iglesia, es realmente ideal si se la compara con algunas iglesias contemporáneas las que en realidad ya no son iglesias, como dijo el Señor: sino “sinagogas de Satanás” (Apocalipsis 3:9).

Mensaje celestial:

Por tanto, yo te aconsejo que de mi compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.

Escrito por el hermano JOSE L. ANGULO MENCO, filosofo, escritor, especialista en Ciencias Religiosas y Sagradas Escrituras y docente universitario.

Yo reprendo y castigo a todos los que amo; se, pues, celoso, y arrepiéntete (Ap. 3: 18-19).

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