En la urgencia de un hospital, producto de una sobredosis, se entrega a Dios. “Y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios”.
Por Javier Ahumada Bolívar
-A las tres nos vemos hermano-. Me recordó Zorayda, tirándome de la camisa para llamar mi atención. -Frente a la Terminal de Transporte, le confirmé. Al día siguiente me dispuse y llegué a la cita convenida para conocer de sus propios labios, la historia de una mujer que estuvo doce años en el agreste mundo de la prostitución y que hoy se erige como líder espiritual de una comunidad marginada en el municipio de Soledad.
Allí estuve, en punto, a las tres de la tarde del dos de enero. Aún no había llegado. Me ubiqué en una esquina donde podía divisarla. En el aire se confundían los acordes de un vallenato de Diomedes Díaz, con el ofrecimiento de los vendedores de agua, limonada y casi una docena de mototaxista, esperando pasajeros.
Pasaron unos minutos cuando la vi acercarse, ligera y diminuta. Vestía una blusa desteñida, azul cielo. La falda del mismo color, le llegaba a los tobillos y unas chanclas de caucho color negro le dejaban ver los pies polvorientos. El cabello se lo había enrollado de prisa y su piel brillaba por el sol canicular que le caía.
Nos saludamos y con el dedo índice me hace seña. –Por aquí hermano- Me dice-. Comenzamos a caminar sobre unas calles estrechas y destapadas. En el barrio se ve la mano indolente del olvido, a pesar de que las casas están decoradas para recibir navidad y año nuevo. Una maraña de cables eléctricos surca sobre los techos como si estuvieran atrapados por una telaraña gigante.
– Aquí llevo 16 años, casi los mismo de fundado el barrio- comenta-. Fue una invasión, a mí me regalaron el patio donde vivo y a punta de esfuerzo construí el rancho. Me tocó al lado del arroyo, pero gloria a Dios.
Mientras más caminamos, más angostas se vuelven las calles; son como una especie de callejones, algunos sin salidas aparentes en las que ni siquiera transitan motocarros. Ya casi llegando nos tropezamos con una perra en celo y un ejército de perros detrás que se agarraban a diente entre sí, desesperados por aparearla. Una vecina descalza les tira agua para apaciguarles.
-Bueno hermano, ahí está- me señala la casa-iglesia, llena de regocijo, el brillo de sus ojos le iluminó el rostro. Era como si hubiera llegado a una meta, no de primero pero sí que hubiera llegado. Mostrar lo que está haciendo, cómo lo está haciendo, con quién lo está haciendo y para quién lo está haciendo es su motivación.
La vivienda está hecha de mampostería sin pañetar, tiene de frente unos siete metros y está dividida en dos, la primera parte es un área que oficia como templo. Hace más de un año era un apartamentico que Zorayda arrendaba. – Dizque para ayudarme, pero la platica la cogía para el vicio- afirma.
La segunda parte es su hogar, también estrecho, como las calles, tiene dos dormitorios, una sala-comedor y la cocina, el baño queda afuera, en el patio. Convive con tres de sus cuatro hijos y Luis su compañero por veinte años. Como a quince metros cruza campante un arroyo de aguas negras que deja una estela pestilente en el sector.
Nos sentamos en el templo, Luis sacó dos sillas y las acomoda para que nos veamos Zorayda y yo de frente, además un abanico sin patas que cuelga de una silla de comedor. –Saca otra -le dice- tú también debes estar acá con nosotros. Luis sale a buscar la otra silla y se sienta en silencio como un niño obediente; cosa que me impresionó; la mayor parte del tiempo estuvo mirando al piso, como cargando una pena ajena pero también suya. Es bajito y macizo, de sus brazos brotan unos bellos cobrizos que contrastan con su piel color marrón oscuro, debido al sol acumulado a lo largo de seis años, repartiendo materiales de construcción desde un carro de mula.
Luis y ella eran vecinos en el barrio Carrizal, Sur Occidente de Barranquilla, cuando ella tenía dieciséis años y el veintisiete se hicieron novios, al año él le pidió que se fueran a vivir juntos. Se acomodaron en una habitación que les brindó el hermano mayor de Luis. Para esa época ambos consumían drogas y estaban enredados en los vericuetos de la delincuencia barrial.
Me cuenta, como si fuera ayer, que la primera vez que fumó marihuana tenía trece años. Fue con unos amigos que todas las tardes y parte de la noche se reunían en una calle sin salida, cerca de su casa. La fumada le produjo mareo y una sensación como si estuviera volando. Desde entonces no dejó de consumir hasta cuando llegó ese inolvidable 24 de diciembre de 2012.
Es huérfana desde los cinco años. –En menos de lo que canta un gallo perdí a mi madre que murió de un infarto y mi padre se murió en mi corazón, aunque él quedó vivo, se fue y nos dejó a cargo de mi abuela materna. Yo era la última de seis hermanos. Padecíamos mucho. No pude estudiar casi, sólo hice hasta tercero de primaria-. Comenta.
Con cuatro hijos a cuesta, un marido desempleado y borracho, Zoraida decide irse a trabajar a sabiendas que sus capacidades académicas no le permiten aspirar un buen cargo. A mediados del año 2000 encontró un trabajo que cambió el rumbo de su vida dramáticamente: Mesera en un estadero.
Llegó allí después de ver un letrero que decía: Se necesitan meseras bien presentadas. El primer día se ganó $15.000. Teniendo en cuenta que el salario mínimo de esa época eran unos $8000 diarios, le había ido bien, solamente por atender hombres que llegaban a desentrañar sus penas con el licor y ver como conseguían tirar una canita al aire. Lo que no se dio cuenta fue que, desde ese momento, contrario a la realidad, empezó a perder otras cosas.
Se hizo muy amiga de una compañera de trabajo que le ayudó a pulir el arte de servir y a coquetear clientes, – porque hay unos que quieren estar contigo y es tu decisión si aceptas, yo lo hago es una entradita extra- le dijo. Se despojó de algunos sentimientos y espero su oportunidad, no había nada que perder y sí mucho dinero que ganar. Su primera vez llegó: setenta mil le pagaron por vender al mejor postor su cuerpo.
Desde ese momento ella eligió, aparentemente, ser prostituta, pero fue la miseria y la ignorancia quienes la coaccionaron, obraron para conducirla a las garras de un mundo lleno de violencia contra su cuerpo. Porque la prostitución nunca podrá ser un trabajo sino una perversión maligna que viola los derechos de la mujer.
En Fuego Verde, así se llama el estadero, aprendió todos los gajes del oficio de la prostitución y a consumir cocaína. Hasta el punto que la mayor parte de las ganancias las invertía en la compra de droga. Se convirtió en adicta al dinero, el alcohol y la cocaína.
-En esa vida ganaba dinero, con eso terminé esta casa, pero en realidad gasté más consumiendo droga y alcohol-. Dice arrepentida.
Descuidó a sus hijos; Zorellys la mayor, cansada de una responsabilidad que no era suya un día, con 15 años recién cumplidos, se fue con un vecino 28 años mayor que ella. Hoy tiene dos niños y vive frente a la casa de sus padres. –Cuando más me necesitaba, yo estaba ausente-. Dice. Mirando a su hija sentada en un mecedor en la terraza de en frente
Mientras Zorayda cuenta tales cosas, miro a Luis con coraje, queriéndole escuchar un comentario heroico, lo reto con la mirada y no me da la cara, entonces le hago una pregunta casi con rabia: ¿Qué hacías tú ante toda esta situación? Me mira y no responde baja la cabeza, de pronto es ella quien rompe el silencio: -Nada, no ves que a él le convenía, yo traía todo.
Duró doce largos años vendiendo su cuerpo, hasta el día que, debido a una sobredosis fue recluida en el hospital Juan Domínguez Romero del municipio de Soledad, área metropolitana de Barranquilla.
–Fue un 24 de diciembre, teníamos cuatro días de estar tomando y consumiendo cocaína-, recuerda. Ahora sé que muchos demonios estaban dentro de mí porque yo quería parar y algo más fuerte me decía que aún no-. Dice.
Cuando llegó a la urgencia estaba casi muerta, despertó en una camilla y al lado estaba un joven al que le habían propinado una puñalada en el pulmón izquierdo. La madre del muchacho acudiendo al poder de la palabra de Dios llevó, para que su hijo escuchará, un radio en el que sintonizaba la emisora cristiana Radio Minuto.
-Estaba muy mal, me asfixiaba y de pronto empecé a escuchar con nitidez lo que decía la persona que hablaba en la emisora. -Dios rompe las cadenas, Él te liberta, entrégate al Señor recíbelo ahora- decía el locutor. En ese momento decidí pedirle a Dios por mi vida. “Señor si tu rompes las cadena, rompe las que me han atado toda mi vida y si me salvas me entrego a ti por siempre. Le dije”.
Vomitó por unos minutos y la madre del joven comenzó a orar y le impuso manos. – Dios te está haciendo libre- . Lloró desconsoladamente por un largo rato. Comenzó a experimentar una sensación de libertad, el peso milenario del pecado desapareció y la paz que sobre pasa todo entendimiento se apoderó de ella.
Al día siguiente, era 25 de diciembre, en agradecimiento se fue a darle gracias a Dios en la emisora Radio Minuto, el mismo Apóstol Sergio Ramírez, dueño de la emisora, la oró. Por primera vez se sentía amada. Quería llenarse tanto del Señor que por dos meses asistió diariamente a esa iglesia: El Aposento Alto.
El 24 de mayo de 2001 le entregaron el apartamento contiguo a su casa, que tenía arrendado, allí comenzó a edificar un templo para adorar a Aquel que le había sacado del lodo cenagoso. De esa vida que no quería llevar.
“Todos los domingos nos reunimos más de cincuenta personas a escuchar la palabra de Dios- afirma Zorayda con satisfacción- antes, en este mismo lugar se consumía y se vendía vicio, ahora muchos de esos consumidores llegan acá y dicen que si yo cambié por qué no ellos. Donde abundó el pecado ahora abunda la gracia de Dios”. Comenta.
Un ejemplo de ello es Geovanny Andrés, asistentes a la en cierne iglesia, lucha contra la homosexualidad que tiene desde niño. –Parece increíble la transformación de Zoraida, imagínese que yo le compraba la droga y ahora lucha para que los jóvenes nos alejemos de todas estas cosas-, apunta.
Pero el enemigo se ha levantado, en sus días de farra, dos o tres seguidos, a nadie se le dio por quejarse, ahora porque coloca alabanzas en la celebración de los servicios, hay vecinos que quieren echarle la policía dizque por escandalosa.
Esta pequeña gigante, que a dura penas se le ve la cabeza detrás del atril, cuando predica la palabra, no se acobarda, como David ha derribado sus propios Goliat y los ajenos que se interpongan para sembrar la semilla de la fe en su familia y en una comunidad ávida de la palabra de Dios.
Esta crónica fue escrita en el año 2014 y publicada en el impreso de Buenas Nuevas.
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