En la actualidad, tanto en nuestros hogares como en nuestras iglesias, estamos observando una preocupante tendencia: la enseñanza del falso “merecimiento”. Esta idea, que ha cobrado fuerza, lleva a muchas personas, en especial a jóvenes a creer que Dios y la vida les deben algo, simplemente porque ellos lo desean. Este pensamiento distorsiona y malinterpreta los versículos bíblicos, fomentando una expectativa irreal de que el universo conspirará a su favor.
Esta falsa retórica ha creado una generación que vive bajo la ilusión de que el universo trabaja para ellos, ignorando la importancia del esfuerzo y la dedicación. En contraposición a esta creencia, la Biblia nos enseña claramente sobre el valor del trabajo duro. Proverbios 14:23 nos recuerda: “En todo trabajo hay ganancia, pero el vano hablar conduce solo a la pobreza”.
La aceptación de esta falacia ha dado lugar a una generación frágil y carente de resiliencia. La moralidad de la productividad ha decaído tanto en nuestras iglesias como en nuestros hogares. La falsa enseñanza de que la fe y la devoción son suficientes para recibir bendiciones, sin el respaldo del esfuerzo y la perseverancia, ha minado la ética del trabajo.
Es crucial reconocer que Dios no nos debe nada. Esta es una verdad fundamental que muchos han olvidado. Nadie nos debe nada. La idea de que las “energías” o “vibras” del universo actuarán a nuestro favor es una invención que erróneamente nos sitúa como el centro del universo. Este egocentrismo ha sido alimentado por una cultura de “coaching” y “motivación” que constantemente refuerza la idea de que merecemos más sin necesariamente esforzarnos más.
Es necesario cuestionar cuánto realmente necesitamos ser motivados. La proliferación de discursos de motivación y coaching a menudo promueve una visión distorsionada del esfuerzo y la recompensa. ¿Qué tanto debemos ser motivados para trabajar arduamente por lo que queremos? La verdadera motivación debería venir de un entendimiento claro de nuestro propósito en la vida y de una ética de trabajo sólida.
Este pensamiento de “lo que piensas, eres y atraes” es especialmente problemático, pues aleja a Dios de nuestra realidad cotidiana, dejándolo afuera de la ecuación, transformando la fe en una herramienta para la auto-satisfacción inmediata.
Debemos reflexionar profundamente sobre nuestro propósito en la vida, entendiendo que es un regalo de Dios. Es fundamental que inculquemos en las próximas generaciones una fe inquebrantable y una ética de trabajo fuerte. El trabajo duro es bíblico y esencial para lograr cualquier cosa de valor en la vida.
La creciente necesidad de constante motivación refleja una peligrosa dependencia del “yo” y una desconexión con la verdadera dependencia de Dios. Esta obsesión con el autoempoderamiento y la creencia de que el universo conspira a nuestro favor ha generado una generación egocéntrica y frágil, incapaz de enfrentar desafíos sin un estímulo externo constante.
En conclusión, es hora de rectificar la enseñanza del falso merecimiento y del “yo”, y volver a valorar el esfuerzo y la dedicación y la dependencia de nosotros hacia Dios. Nuestras iglesias y hogares deben convertirse en bastiones de verdadera productividad y ética laboral, guiados por principios bíblicos auténticos y no por distorsiones “modernas”. Solo así podremos levantar una generación fuerte, resiliente y productiva, preparada para enfrentar los desafíos del mundo real.
Escrito por: Joel David Serrano Márquez Administrador de Empresas. Teólogo Bíblico Ministerial. Especialista en Gerencia de Producción y Operaciones Logísticas. Maestrante en Inteligencia de Negocios.
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