En el siglo IV de nuestra era, los desiertos de Egipto, Palestina, Arabia y Persia estaban poblados por una raza de hombres que han dejado tras ellos una extraña reputación. Eran los primeros eremitas cristianos, que abandonaban las ciudades del mundo pagano para vivir en soledad.
Para ellos, la única sociedad cristiana era espiritual y extramundana: el Cuerpo místico de Cristo. Eran hombres que no creían en dejarse llevar pasivamente, guiados y gobernados por un Estado decadente, sino que creían que existía un camino a recorrer sin una servil dependencia de los valores convencionales aceptados.
Una de las razones por las que huían del mundo de los hombres era que en el mundo de los hombres estaban divididos entre los que tenían éxito, e imponían su voluntad a los otros, y aquellos que tenían que ceder y sufrir sus imposiciones. Los Padres del desierto declinaban ser gobernados por hombres.
Estos Padres del desierto tenían mucho en común con los Yoghis indios y con los monjes del Zen budista de China y Japón. Estos hombres ni trataban de obtener la aprobación de sus contemporáneos, ni se proponían provocar repulsa, pues la opinión de los demás había cesado de ser para ellos asunto de importancia.
Estos Padres destilaban por sí mismo una sabiduría muy práctica y sencilla, que es a la vez primitiva e intemporal, y que nos permite reabrir las fuentes que estaban contaminadas o incluso bloqueadas por la acumulación del rechazo mental y espiritual de nuestra barbarie tecnológica. Los actuales tiempos necesitan desesperadamente esta clase de simplicidad.
Palestina había traído bien pronto a monjes de todas las partes del mundo cristiano, el más famoso de los cuales fue San Jerónimo, que vivió y tradujo las Escrituras en una cueva de Belén.
Los Padres del desierto, inspirados por Clemente y Orígenes y la tradición neoplatónica, confiaban a veces en que podían elevarse por encima de toda pasión y llegar a ser inaccesibles a la ira, la concupiscencia, el orgullo y todo lo demás.
La palabra que hay que subrayar es experiencia. Lo importante es saber que fueron vividas. Que brotaron de una experiencia de los niveles más profundos de la vida. Que representan un descubrimiento del hombre, al término de un viaje interior y espiritual mucho más crucial e infinitamente más importante que cualquier viaje a la luna.
Este libro de Thomas Merton, es un libro espiritual que contiene muchas enseñanzas de carácter moral y religioso. Editado por La Biblioteca de Autores Cristianos (B.A.C). Lo recomiendo en la vida devocional de todo cristiano.
Escrito por el hermano JOSE L. ANGULO MENCO, filosofo, escritor, especialista en Ciencias Religiosas y Sagradas Escrituras y docente universitario.
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