Preludios de Navidad. Simbología de Nazareth

¿Qué cosa puede salir de Nazareth? Exclama Natanael cuando su amigo Felipe le declara haber encontrado al Mesías anunciado por los Profetas en la Persona de Jesús, originario de Nazareth. Aquel cuya fe judía es sin defecto, según las palabras pronunciadas por Jesús respecto a la fe, por lo que tenía razón de hacer una pregunta así. Para un contemporáneo de Jesús era evidente que nada bueno puede salir de Nazareth, porque este pequeño pueblito de Galilea es parte de las aldeas sin importancia alguna, sin historia, sin porvenir.

Nazareth no tiene más que unas veinte casas, en las cuales viven alrededor de doscientas personas. Sus habitantes son unos humildes campesinos que cultivan la vid y el olivo, el trigo y las hortalizas. Cada semana ellos van al mercado de Séforis para vender sus productos.

El pueblito, enclavado en las faldas de la colina, se encuentra aparte de las grandes pistas de la caravana. Nadie pasa allí. Nadie viene. Todo parece indicar que Nazareth nunca tuvo, y nunca tendrá ningún papel, ni en la historia de los hombres, ni en la historia de la revelación. En efecto, por sorprendente que esto pueda parecer, Nazareth no aparece ni una sola vez en los escritos del Antiguo Testamento. Ningún hecho histórico, ningún relato, ninguna profecía menciona esta pequeña localidad de la baja Galilea.

Se entiende entonces más la reacción de Natanael, como la de los escribas, de los fariseos, y de los medios religiosos de Jerusalén, hacia Jesús de Nazareth, que pretende ser el Mesías.

Sin embargo, si hubieran sido atentos, hubieran podido descubrir aspectos escondidos, especialmente reveladores, concerniendo, la Persona de Jesús como la naturaleza de su pueblo.

Jesús, a pesar de vivir en Nazareth no era originario de ahí. Su pueblo natal, conforme a las profecías Mesiánicas era Belén, la cuna del Rey David.

Posible casa de Jesús

En cuanto a Nazareth, su nombre mismo, pone la pista para comprender su verdadera misión, en el plan de la Salvación. La raíz hebraica, “nazar” significa en primer lugar “guardar, esconder”. El pueblo saca en efecto su nombre de una curiosa particularidad: construido sobre una colina caliza, con un suelo extremadamente blando, cada una de sus viviendas, contaba, aparte de una obra de mampostería ordinaria, con una o varias grutas subterráneas ligadas directamente a la casa y haciendo a la vez de desván, cava, de refugio de caja fuerte. Allí se conservaba el aceite de oliva y el vino, el trigo y las cebollas, pero también se trataba de pasar inadvertidos los objetos preciosos, las piezas de moneda o las joyas. En fin, cuando una banda de ladrones pasaba por allí, lo que no era raro, todos los miembros de la familia se escondían en los subterráneos esperando la salida de los malhechores. En Nazareth todo lo que podía tener un cierto valor, permanecía, pues, escondido. Lo esencial era enterrado, era invisible para aquellos que solo se preocupaban de la apariencia.

Pero, esta misma palabra “nazar” puede también tomar un sentido espiritual de “consagración”, lo que se entiende muy bien, dado que consagrarse a Dios equivale a “reservarse” para dios y entrar en una vida escondida. Este tipo de consagración lleva el nombre de “nazireat”. Esta puede ser contemporánea, como lo vemos en San Pablo en el libro de los Hechos, o en forma definitiva, como en el caso de Juan Bautista. El “nazir” manifiesta exteriormente su consagración al no cortarse el cabello todo el tiempo que dura su voto. Cuando el voto llega a su fin, entonces, él se rasura el cráneo.

Toda la historia de Sansón está para volverse a leer en esta perspectiva, porque el coloso hebreo era “nazir” y recibía su potencia de su consagración, y no de sus largos cabellos, que solo era un signo visible.

Viendo en Jesús un consagrado, sus contemporáneos hablarán de él como el “Nazareo”, nombre atribuido por extensión a los primeros cristianos.

Nazareth fue entonces designado, para que se llevara a cabo la Anunciación, la Encarnación y los treinta primeros años de la vida de Jesús.

En este humilde pueblo, María recibió la visita de Dios y medita todo en el silencio de su corazón; José vela por el Tesoro que le ha sido confiado, y Jesús crece a la sombra de la Torá, vive en medio de los hombres y compartiendo en todo su existencia.

Hoy Nazareth se ha vuelto una ciudad importante, un crucero comercial y un centro de peregrinación. La agitación y el ruido reinan en ella, desde que el sol levanta hasta su ocaso. Pero como lo captara el Padre Charles de Jesús, ¿el verdadero Nazareth no está acaso en nuestro corazón, vaso de arcilla, que contiene el tesoro precioso de la Presencia de Dios?

Escrito por el hermano JOSE L. ANGULO MENCO,
filosofo, escritor, especialista en Ciencias Religiosas y Sagradas Escrituras y docente universitario.

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