Preludios de Navidad: Belén, la ciudad mesiánica

Pequeña aldea situada a ocho kilómetros al Sur de Jerusalén, en el camino de los Patriarcas que lleva hasta Hebrón. Belén, cuyo nombre significa “Casa del Pan”, se localiza a orillas del desierto de Judea, rodeada de tierras fértiles, antes de comenzar las grandes extensiones áridas cubiertas de piedras.

Belén evoca, sin duda alguna, la gruta de la Natividad, los pastores y los Reyes Magos. Pero además de esto, es muy importante recordar que allí se llevaron a cabo algunos acontecimientos que marcaron este lugar tan querido para los judíos como para los cristianos.

Antes de ser el lugar de la Natividad de Jesús, Belén es el lugar de nacimiento del último de los Patriarcas, descendiente de Jacob: Benjamín (cf Gn 35, 16). El parto fue tan difícil que la mamá, Raquel, murió en él. Entonces, Jacob tomó al recién nacido en sus brazos y en vez de llamarlo “Ben Oni” como lo quería Raquel, es decir “hijo de mi dolor”, lo llamó “Ben Yamin”, “hijo de mi derecha”, lo que significa en el lenguaje de Jacob, “hijo de mi fuerza” o aún más “hijo de mi preferencia”.

Belén es, desde ahora y a través de este episodio, el lugar donde la muerte da la Vida, donde la Esperanza triunfa del sufrimiento, donde el amor es más fuerte que el dolor.

La tumba de Raquel

Jacob enterró a Raquel al borde del camino. Desde entonces ella será para los descendientes de Jacob la Madre por excelencia, aquella que dio su vida, por dar la vida. “Madre de Israel”, ella se convirtió en aquella que intercede por sus hijos, aquella a la que recurrimos en circunstancias graves. Así el profeta Jeremías exclama en el momento de la destrucción de Jerusalén en el año 587: “En Ramá se escuchan ayes, lloro amarguísimo. Raquel que llora por sus hijos, que rehúsa consolarse porque no existen” (Jr 31, 15).

Y San Mateo retoma esas palabras del profeta, a propósito de las masacres de los inocentes de Belén (cf Mt 2, 18).

Hoy todavía, en la entrada de Belén, existe un humilde monumento llamado “Tumba de Raquel” donde numerosos fieles vienen a recogerse y orar a “la Madre”. A pesar de este episodio dramático, fruto de la locura ciega de Herodes, Belén es un lugar de felicidad y de alegría, donde el cielo “Desciende” a la tierra.

La historia de Rut, que se desenvuelve en Belén, es la prueba. Se sitúa en el tiempo de la cosecha, en un contexto de abundancia y de regocijo. Rut conoce al fin una justa felicidad que llega a coronar su fidelidad y su abnegación. Pagana y extranjera a la revelación de Dios, ella está integrada al pueblo elegido y tendrá la gracia de saber que es antepasada del Rey David. Por supuesto, Belén es también la ciudad de David. Allí nació y pasó toda su infancia cuidando los rebaños de su padre en las colinas circundantes. Es igualmente en Belén que recibirá la unción real de manos del profeta Samuel. Llegando a ser más tarde Rey de todo Israel, David establecerá la capital en Jerusalén, muy cerca de su pueblo natal.

El profeta Miqueas en el siglo VII recuerda la vocación Mesiánica de Belén (cf Mi 5, 11).

El Mesías

El Mesías saldrá de Belén. José, el esposo de María, es justamente originario de Belén, y es por esto que permanecen allí y vuelven para ser censados según la orden del Emperador Augusto. Este pequeño “hecho” solicitado por el Imperio Romano hará nacer a Jesús no en Nazareth, sino en Belén conforme a los profetas.

El Evangelio de San Lucas relata como María y José no pudieron ser acogidos en el pueblo, esto dio lugar a que se refugiaran en una gruta, utilizada como establo. Esta gruta será venerada, desde los primeros tiempos de la Iglesia. Orígenes la visitó en el año 215, y Santa Elena, la madre del Emperador Constantino, la hizo recubrir de una vasta Basílica en el año 325.

En el siglo IV, San Jerónimo se instalará en otra gruta cerca de aquella de la Natividad. Allí permaneció treinta y seis años, absorbido por su trabajo de traducción de los escritos bíblicos en latín (“La Vulgata”).

Esta Basílica soportará todas las invasiones sin ser dañada, y se deberá a pequeños incidentes, como el del año 614, en que los Persas la dejaron, pues llamó su atención la representación de los Magos que ilustraba el frente, estos personajes tenían un aire familiar a sus propios ancestros. Al siguiente siglo los árabes actuaron de igual forma, después de haber destruido todas las iglesias de la ciudad. Intacta, pues, la Basílica acogió a los sagrados Reyes de Jerusalén en el tiempo de las Cruzadas… Después, en el año 1099, Belén se convirtió en un ¡feudo Normando!

Jamás el lugar del Nacimiento, de un Niño, ha conocido tal destino: venerado por muchos y respetado por todos.

Hoy, para entrar en la Basílica, uno debe inclinarse bastante por lo pequeño de la puerta de acceso. Así fue reducida en el tiempo de los Turcos que tenían la molesta costumbre de entrar en las iglesias a caballo.

Pero ¿no será esta puerta estrecha aquella de la Humildad y de la Dulzura, que solamente nos pueden dar acceso a la Adoración del Niño de Belén?

Escrito por el hermano JOSE L. ANGULO MENCO,
filosofo, escritor, especialista en Ciencias Religiosas y Sagradas Escrituras y docente universitario.

También te puede interesar leer: Preludios de Navidad. Simbología de Nazareth

2 Trackbacks / Pingbacks

  1. Estampas navideñas - Periódico Buenas Nuevas
  2. La Palabra y los días - Periódico Buenas Nuevas

Deja un comentario

Tu dirección de correo no será publicada.


*