De la corrupción y otros demonios

La corrupción en Colombia, es un flagelo que causado más víctimas que las guerras
Una herida nacional que exige clamor, conciencia y conversión

La palabra corrupción proviene del latín corruptio, que significa “acción y efecto de descomponer o echar a perder.” A nivel literal, refiere al deterioro de algo íntegro; pero en el plano moral y espiritual, es mucho más: es la ruptura del orden divino. Es lo que sucede cuando el egoísmo, la ambición y la mentira reemplazan la verdad, la justicia y el bien común. La corrupción es, en esencia, un demonio disfrazado de oportunidad.

Desde hace décadas, Colombia arrastra escándalos que han minado la credibilidad en sus instituciones: desde la infiltración del narcotráfico en la política, hasta casos como el escándalo de Reficar, considerado uno de los más grandes de la historia del país, el Cartel de la Toga, la Yidis política, la parapolítica, los sobornos de Odebrecht, Agro Ingreso Seguro, y los más recientes los desfalcos en entidades clave como el Ministerio de las TIC y la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD). En muchos de los casos, los culpables no están condenados o gozan del privilegio de casa por cárcel en sus manciones.

La corrupción y las nuevas generaciones 

La corrupción ha calado profundamente en las nuevas generaciones, no solo como una realidad visible, sino como una amenaza silenciosa a su sentido de justicia y esperanza. Muchos jóvenes han crecido viendo cómo el mérito es desplazado por el favoritismo, cómo la trampa se normaliza y cómo la impunidad se convierte en costumbre. Esta exposición constante ha generado desconfianza hacia las instituciones y, en algunos casos, una peligrosa resignación. Pero también ha despertado una conciencia crítica: una generación que, aunque herida, está llamada a levantarse con principios firmes, a romper ciclos y a restaurar la integridad desde lo cotidiano. Porque el futuro no se construye con cinismo, sino con verdad.

Recuerdo que, durante una actividad social que lideré desde la Fundación José Castillo Bolívar —la “Elección de personeros con voto preferente” en instituciones educativas de un municipio cercano—, algunos padres les daban a sus hijos bolis, lapiceros y otros objetos para que los repartieran y convencer (comprar) votantes. Aquello que parecía un gesto inocente, era ya la semilla de una práctica cuestionable: convencer con dádivas en lugar de inspirar con propuestas. Y así, sin darnos cuenta, la cultura del atajo y del intercambio opaco comenzaba a echar raíces incluso en los espacios donde debiéramos cultivar ciudadanía.

La corrupción no tiene color político

Uno de los aspectos más dolorosos de este flagelo es que la corrupción no distingue ideologías, partidos ni gobiernos. Ha penetrado todos los colores del espectro político, y su efecto ha sido devastador: ha causado más muertes que muchas de las guerras que ha vivido el país. Porque cada peso robado a la salud, al agua potable, a la educación o a la infraestructura, se traduce en vidas truncadas, sueños aplazados y generaciones condenadas a la pobreza.

Entre 2016 y 2020, según Transparencia por Colombia, se reportaron 284 casos de corrupción con pérdidas superiores a los 13,6 billones de pesos. Solo en el sector de la contratación pública, se concentra el 44% de estos hechos. Bogotá, Antioquia, Valle del Cauca, Atlántico y Santander encabezan las regiones más afectadas. En 2024 según Transparency International, Colombia ocupó el puesto 92 de 180 con una calificación de 39 sobre 100. Toda calificación por debajo de 50, apunta a que el país enfrenta serios problemas de corrupción.

Una mirada bíblica: el rostro espiritual de la corrupción

La corrupción es una manifestación del pecado en su forma institucionalizada. La Palabra de Dios lo denuncia sin titubeos:

“No aceptarás soborno, porque el soborno ciega a los que ven y pervierte las palabras de los justos.”Éxodo 23:8

El Señor no solo aborrece el acto corrupto, sino que llama por su nombre al corazón que lo tolera. Isaías levantó su voz contra los líderes de su tiempo:

“Tus príncipes, prevaricadores y compañeros de ladrones; todos aman el soborno y van tras las recompensas.”Isaías 1:23

La corrupción no se enfrenta solo con leyes… sino con una transformación del corazón. No se derrota únicamente con capturas y castigos, por cierto efímeros, sino con justicia, integridad y verdad encarnadas en cada ciudadano. Es un combate que se libra desde la conciencia y desde el espíritu.

Una batalla que comienza de rodillas

Este artículo no es solo una denuncia, es un clamor. Porque la corrupción también es un demonio que se combate con intercesión, con manos limpias y con la firme decisión de no ser cómplices del sistema.

Como dijo el profeta Miqueas:

“¿Y qué pide Jehová de ti? Solamente hacer justicia, amar misericordia y humillarte ante tu Dios.”
Miqueas 6:8

De la corrupción y otros demonios nos recuerda que, si no nos levantamos en fe, en clamor y en verdad, no solo seguiremos perdiendo recursos… perderemos el alma de una nación.

Escrito por: Javier Ahumada Bolívar

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