¿Cuál VERDAD debemos compartir…?

Es muy Común observar en las intervenciones de pastores, evangelistas, predicadores y, en general, orientadores de la feligresía o, incluso, en cristianos que simplemente comparten la palabra de Dios, la referencia que hacen a las fascinantes historias del antiguo testamento. De forma emocionada se deleitan detallando, explicando y aportando su interpretación particular sobre cada uno de los episodios de los más interesantes relatos de esta parte de la Biblia. Por ejemplo: la historia de Job y de su fidelidad a Jehová a pesar tantas dificultades a las que fue sometido por el diablo; o la de José desde cuando fue abandonado por sus hermanos y posteriormente vendido hasta llegar a ser uno de los hombres de mayor poder en Egipto; o la de Abraham y su fe probada hasta el punto de casi sacrificar a su propio y tan esperado hijo único; o la de David que de baja estatura, sin ninguna formación guerrera y utilizando solo una piedra y una honda logró vencer al gigante y bien curtido en el arte de la guerra Goliat; o la del trasegar durante 40 años en el desierto por parte del pueblo de Israel en su camino desde la esclavitud en Egipto hasta llegar a la tierra prometida; o la de las murallas de Jericó derribadas después de 7 días y 7 noches de silencio; en fin.  Así podríamos mencionar un sinnúmero de maravillosas historias que encontramos en las antiguas escrituras.

Son realmente historias apasionantes y que relatan de manera pormenorizada hechos reales que dejan muchas lecciones para la vida diaria. Nos describen en realidad una “Verdad Histórica”.

Pero entonces debemos preguntarnos: ¿Es el cúmulo de relatos históricos consagrados en el Antiguo Testamento a lo que Jesús se refirió cuando nos dijo que debíamos conocer La Verdad…? ¿Es esa Verdad histórica la que debemos aprender y predicar, compartir o enseñar a los habitantes de todo el mundo…? Es esa La Verdad de que nos habla Jesús cuando dijo a los judíos que habían creído en él: “… Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis La verdad y La verdad os hará libres…” (Juan 8: 31-32) …? O, es más, cuando le responde a Felipe: “… Yo soy el camino, La Verdad y la vida; nadie viene al padre sino por mí…” (Juan 14:6) …?

Las mismas escrituras nos dan luces para responder estas preguntas cuando el apóstol y evangelista Juan expresa: “… Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero La Gracia y La Verdad vinieron por medio de Jesucristo.” (Juan 1:17). He allí, podríamos decir, el resumen de lo que son y contienen el Antiguo y el Nuevo Testamento que conforman las sagradas escrituras.

El mismo Jesús – no olvidemos que es el Dios encarnado, el Dios hecho hombre – nos exhorta en la Gran Comisión: “… Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” (Mateo 28:16-20)

Y el también apóstol y evangelista Marcos lo ratifica en palabras de Jesús: “… Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.” (Marcos 16:15). Y el evangelio traduce “Buenas Nuevas” y las buenas nuevas son las de que había nacido el hijo de Dios. Luego lo que quiere el salvador Jesucristo es que anúncienos su existencia y sus enseñanzas.

Es decir que Jesús no nos instó a enseñar y predicar por el mundo las fascinantes historias relatadas maravillosamente en el Antiguo Testamento, sino a compartir lo que él personalmente nos enseñó: la doctrina de La Gracia, El Amor y La Fe.

Y como para que no se nos olvide, el mismo Jesús al anticipar la llegada del Espíritu Santo expresa: “… Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Mas el consolador, el Espíritu Santo, a quien el padre enviará en mi nombre, él les enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho…” (Juan 14: 25-26)

Así mismo, luego de su resurrección y en el tiempo de instrucción a sus discípulos, Jesús lo hace al anunciarles nuevamente que vendría el consolador: “… Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra…” (Hechos 1:8)

Es por todo lo anterior que existía un gran celo entre los integrantes de la denominada Iglesia Primitiva en que se pudiera tergiversar el evangelio de Jesucristo o se volviera a las antiguas tradiciones de la ley mosaica, hasta el punto de que muchos dieron su vida por ello y de que el mismo Pablo le recriminara nada más ni nada menos que a Pedro: “… Pero cuando vi que no andaban conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?…” (Gálatas 2: 14)

Finalmente, debemos decir que Pablo en su peregrinación no se cansó de exhortar a las iglesias de diferentes localidades a apegarse fielmente a la doctrina evangelística del amor y la gracia. De hecho, él lo indica tajantemente: “ Y él (Jesús) mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error,  sino que, siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo,  de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor…” (Efesios 4:11-16)

Naturalmente que no queremos pontificar aquí, sino abrir el debate para personas que sepan realmente del evangelio y nos puedan instruir, pero creemos que lo anterior significa que debemos enseñar lo que él – Jesús, Dios hecho hombre – nos ha mostrado, mandado y trasmitido. Luego lo que debemos comunicar a nuestros semejantes de todo el mundo es lo que él indicó a los apóstoles – y a nosotros a través de su palabra – durante su existencia terrenal y su posterior resurrección y ascensión al cielo, y no darle prioridad a lo que sucedió antes de este maravilloso acontecimiento, por muy subyugante que sea su relato. A menos que sea como referencia de los hechos y anuncios de los profetas que anticiparon la venida del Mesías.

Sabemos por supuesto que el Nuevo Testamento precisamente consiste en el relato de la vida de Jesús, sus padecimientos y sus enseñanzas en la primera venida al mundo, también la de los apóstoles, de la iglesia primitiva, de la expansión del evangelio por el mundo de entonces a manos principalmente de Pablo y de la descripción de lo que vendrá con la segunda venida del Señor. Muy diferente es el Antiguo Testamento, que mucho antes del nacimiento terrenal y humano de Jesús relata la forma en que fue creado el mundo y dentro de él todo lo que existe y la descripción de la ley mosaica como base fundamental de lo que debía ser y hacer el pueblo escogido de Israel.

Escrito por: Víctor Herrera Michel @vherreram

Abogado-Periodista. Director Noticiero de la Gente-LA VOZ DE LA PATRIA CELESTIAL. Premio nacional de periodismo ANALDEX/PROEXPORT 2012. Escritor. Columnista.

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