La ley del revolver: De las penumbras a la luz divina

Mi nombre es Jorge Enrique Rivera Anzola, nací en la ciudad de Cali, departamento del Valle en Colombia, tengo 56 años de edad, soy casado, de profesión psicólogo, teólogo y abogado, padre de dos hijas y abuelo de 5 nietos.

De niño soñaba con ser soldado o policía, sueño que se hizo realidad. A mis 18 años entré al ejército y posteriormente cuando finalicé mi servicio militar, en el año de 1988 ingresé a la policía desempeñándome como agente. Transcurrido un tiempo fui trasladado a la ciudad de Medellín, para esta época el país estaba atravesando una situación de orden público debido a la declaratoria de guerra contra el Estado realizada por el extinto jefe del cartel de Medellín, Pablo Escobar: colocando carros bomba, asesinando políticos, jueces, fiscales y agentes de policía, por estos últimos ofrecía desde dos hasta cinco millones de pesos.

Establecí mi lugar de residencia en uno de los barrios periféricos de la ciudad, sector comuna ocho. Debido a esas circunstancias, a mi falta de madurez y de respeto por los derechos de las personas, de las emociones mal tramitadas y falta de temor a Dios, en un deseo de venganza, cometí muchos homicidios por mano propia. De igual manera, hice parte de un grupo mal denominado “Amor por Medellín” cuyos actos criminales no tenían nada que ver con el amor, el cual estaba conformado por agentes y oficiales de la policía, quienes empezaron a identificar y a ejecutar a los que asesinaban policías y se identificaban como trabajadores de Pablo Escobar. Así mismo me dediqué a atacar a la delincuencia barrial, teniendo confrontaciones armadas con los integrantes del grupo que ejercía control territorial en el sector, lo cual desencadenó una serie de homicidios. En mi lógica errónea pensaba “que si una persona estaba causándole daños a la comunidad y yo intervenía neutralizando a ese sujeto y eliminando el riesgo, estaría salvando las vidas de potenciales víctimas”.

Debido a investigaciones por la comisión de varios homicidios fui detenido y trasladado a la cárcel de policías, para esa fecha quedaba ubicada en el barrio Belén. Meses después recuperé la libertad y continúe mi trabajo en la institución, posteriormente me llegó el retiro de la policía.

En el año de 1994, en un allanamiento realizado por el CTI de la Fiscalía, en mi lugar de residencia, fui capturado, en este operativo se presentó un enfrentamiento donde murió un agente de esta institución y un civil, vecino del lugar. Por la misericordia de Dios no fui asesinado, como pretendían los señores de la fiscalía. La detención se llevó a cabo frente a mis tres pequeños hijos y mi esposa. 

Yo acostumbraba a portar en mi bolsillo un nuevo testamento de color azul el cual distribuyen los Gedeones, en el momento en que me detienen me dicen que me arroje al piso boca abajo, yo les respondo que si me van a matar lo hagan de frente, me esposan a la puerta de la casa y continúan con el registro. Yo le digo a mi hija mayor de 9 años que por favor me traiga el nuevo testamento, empiezo a leerlo y uno de los agentes de la fiscalía me dice: “Convencido que eso te va a salvar” hoy digo que Dios me estaba profetizando a través de él.  Fui conducido a los calabozos de la Sijin donde duré varios días, luego trasladado a la cárcel. Me procesaron inicialmente por 13 homicidios, y posteriormente condenado a la pena de 38 años de prisión, luego recluido en la cárcel de Bellavista de la ciudad de Medellín, límite con el municipio de Bello, Antioquia.

Jorge Rivera, en entrevista al programa Séptimo Día, sobre la paz de la cárcel de Bellavista.

Me ubicaron en el patio número 11 destinado para los funcionarios públicos. Un interno me habló del Señor Jesucristo, empecé a leer la biblia, me involucré en grupos de estudio bíblico, y al poco tiempo estaba ejerciendo un liderazgo al interior de la capilla cristiana apoyado por la Confraternidad Carcelaria de Colombia. 

De modo personal terminé mis estudios de bachillerato y presenté las pruebas para ingresar a la universidad. Mi sentencia fue reducida en segunda instancia a 22 años. Por estudio y trabajo obtuve una rebaja considerable, el tiempo que duré en prisión fue de 10 años. Una vez recuperé la libertad ingresé a la universidad a estudiar psicología, posteriormente teología y Derecho, en el mismo sentido he realizado otros estudios: Magister en Filosofía y Derechos Humanos, Especialización en Derecho Penal y en la actualidad me encuentro cursando la Maestría en Psicología Jurídica en la Universidad de La Rioja de España.

En la cárcel las Mercedes de Montería, compartiendo el testimonio con algunos privados de la libertad.

La Confraternidad Carcelaria de Colombia permitió que yo pudiese involucrarme en sus programas psicosociales en las prisiones y fuera de ellas. Hoy me desempeño como director del programa Comunidades Restaurativas, implementado en varias regiones del país procesos basados en la justicia restaurativa, entre víctimas del conflicto armado colombiano, los victimarios y la comunidad afectada.

En el municipio de Cocorná Antioquia, dictando un taller de justicia Restaurativa con un grupo de víctimas del conflicto armado colombiano

Desde el año 2004 he venido participando de procesos restaurativos al interior de las prisiones con los privados de libertad en diferentes cárceles del país. En la actualidad hago parte de un equipo de personas que, en varias regiones del país, implementa la justicia restaurativa a través de encuentros dialógicos de construcción de paz entre víctimas del conflicto armado colombiano y sus victimarios.

Si Dios pudo hacerlo conmigo, también puede hacerlo con otros. La Gloria sea para Él.

Te puede interesar leer:

Héctor Arturo Zuleta: Cuando el dinero y la fama no lo es todo

Sé el primero en comentar

Deja un comentario

Tu dirección de correo no será publicada.


*