Al tiempo del Ministerio de Jesús, existían en Israel, tres sectas o facciones religiosas: los fariseos, los saduceos y los esenios.
De estos tres partidos los fariseos eran los más rigurosos (Hechos 26:5). Con toda certeza, la secta de los fariseos apareció antes de la guerra de los macabeos como reacción contra la inclinación de ciertos judíos hacia las costumbres griegas, según nos lo narra el mismo historiador judío Flavio Josefo.
El término “fariseos” aparece en la época de Juan Hircano (135-105 a. C.) el mismo fariseo. Su hijo y sucesor Alejandro Janneo intentaron exterminarlos, pero su esposa Alejandra lo disuadió, reconociendo que la fuerza no podía hacer nada contra la fe y entonces favoreció a los fariseos. Esto fue en el año 78 a. C. Desde entonces los fariseos dominaron la vida religiosa de los judíos. Los fariseos defendían la doctrina de la predestinación, que estimaban compatible con el libre albedrío. Creían en la inmortalidad del alma, en la resurrección corporal, en la existencia de los espíritus, en las recompensas y en los castigos, en el mundo de ultratumba. Pensaban que las almas de los malvados quedaban apresadas debajo de la tierra, en tanto que las de los justos revivirían en cuerpos nuevos (Hechos 23:8). Estas doctrinas distinguían a los fariseos de los saduceos, pero no constituían en absoluto la esencia de su sistema. Centraban la religión en la observancia de la ley, enseñando que Dios solamente otorga su gracia a aquellos que se ajustan a sus preceptos. De esta manera, la piedad se hizo formalista, dándose menos importancia a la actitud del corazón que al acto exterior.
La interpretación de la ley y su aplicación a todos los detalles de la vida cotidiana, tomaron una gran importancia. Los comentarios de los doctores judíos acabaron formando un verdadero código autorizado. Jesús declaró que estas interpretaciones rabínicas tradicionales no tenían ninguna fuerza (Mateo 15:2-6) y confrontó duramente a los fariseos, no escatimando palabra alguna para referirse a ellos como hipócritas, sepulcros blanqueados, insensatos, necios, guías ciegos, etc. (Mateo 23:1-36).
Los primeros fariseos expuestos a la persecución, se distinguían por su integridad y valor; eran la élite de la nación. El nivel moral y espiritual de sus sucesores descendió. Los puntos débiles de su sistema se hicieron hegemónicos y les atrajeron duras críticas. Juan el Bautista llamó a los fariseos “raza de víboras”. Jesús denunció el orgullo de los fariseos, su hipocresía y su negligencia de los elementos esenciales de la ley, en tanto que daban mayor importancia a puntos subordinados (Mateo 5:20, 16:6, 11, 12; 23: 1-39). En la época de Cristo, los fariseos formaban una astuta camarilla que tramó una conspiración contra él (Marcos 3:6), conspiración que finalmente culminó en el drama de la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo, según nos lo narran los evangelios, principalmente el de Juan (c.c.18 y 19).
Sin embargo, siempre hubo entre ellos (los fariseos), hombres sinceros, como Nicodemo (Juan 7:46-5 1). Y el mismo Pablo, que antes de su conversión fue fariseo, lo mismo que su maestro Gamaliel (Hechos 5:34).
(Continuará)
Escrito por el hermano JOSE L. ANGULO MENCO, filosofo, escritor, especialista en Ciencias Religiosas y Sagradas Escrituras y docente universitario.
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