El hombre y Dios

El hombre puede, por la simple razón natural, llegar al conocimiento de Dios. Este es el testimonio, entre otros, de: 1. Los profetas. 2. El salmista. 3. El Apóstol Pablo en la Epístola a los Romanos. (1:19-21).

Y tiene que ser así, pues la Razón es una facultad divina. Es la parte divina del Hombre, (vosotros sois dioses – Sal. 82:6). Dios le dio la razón y el entendimiento al Hombre, para que lo conociera. La sola creación habla de Dios (Sal. 19:1).

El hombre es culpable, y no tiene excusa de no conocer a Dios, pues las cosas invisibles, se hacen claramente visibles desde la creación (Rom. 1:19-21). Este concepto es recogido en la Edad Media por Santo Tomás de Aquino en la Summa Theológica aduciéndolo como una de las siete pruebas de la existencia de Dios.

Origen de la Depravación Humana

“Dios hizo al hombre recto, pero ellos se inventaron muchos caminos”. Más Dios muestra desde el cielo su ira contra los pecadores malvados que echan a un lado la verdad; ellos conocen la verdad de Dios por instinto, pues Él ha puesto ese saber en sus corazones. Desde los tiempos más remotos, los hombres han estado contemplando la tierra, el cielo, la creación entera; y han sabido que Dios existe, que su poder es eterno. Por lo tanto, no podrán excusarse diciendo que no sabían si Dios existía o no. Lo sabían muy bien, pero no querían admitirlo, ni adorar a Dios, ni darle gracias por el cuidado de todos los días. Sin embargo, se pusieron a concebir ideas estúpidas sobre la semejanza de Dios y lo que Él quiere de ellos. En consecuencia, sus necios entendimientos se oscurecieron y confundieron. Y al creerse sabios sin Dios, se volvieron aún más necios.

Luego, en vez de adorar al glorioso y sempiterno Dios, tomaron madera y piedra y se tallaron dioses con forma de pájaros, animales, reptiles y simples mortales y los proclamaron y adoraron como el gran Dios eterno. Por eso Dios los dejó caer en toda suerte de pecado sexual, y hacer lo que les viniera en gana, aun los más viles y perversos actos, los unos con los otros.

En vez de creer la verdad de Dios que conocían, deliberadamente creyeron la mentira. Oraron a las cosas que Dios hizo, pero no quisieron obedecer al bendito Dios que hizo aquellas cosas. Por eso Dios los dejó desbordarse y realizar perversidades, hasta el punto de que sus mujeres se rebelaron contra el plan natural de Dios y se entregaron al sexo unas con otras. Y los hombres, en vez de sostener relaciones sexuales normales con mujeres, se encendieron en sus deseos entre ellos mismos, y cometieron actos vergonzosos, hombres con hombres y, como resultado, recibieron en sus propias almas el pago que bien se merecían.

A tal grado llegaron que, al dejar a un lado a Dios y no querer ni siquiera tenerlo en cuenta, Dios los abandonó a que hicieran lo que sus mentes corruptas pudieran concebir. Sus vidas se llenaron de toda suerte de impiedades y pecados, de codicias y odios, de envidias, homicidios, contiendas, engaños, amarguras y chismes. Se volvieron murmuradores, aborrecedores de Dios, insolentes, engreídos, siempre pensando en nuevas formas de pecar y continuamente desobedeciendo a sus padres. Fingiéndose no entender, quebrantaron sus promesas y se volvieron crueles, inmisericordes.

Sabían hasta la saciedad que el castigo que impone Dios a esos delitos es muerte, y, sin embargo, continuaron cometiéndolos, e incitaron a otros a cometerlos también. (Ro. 1, 18-32).

La Condición Humana y la Misericordia de Dios

¡Qué gente tan horrible! – te estarás diciendo.

¡Espera un momento!

¡Tú eres tan malo como ellos! Cuando me dices que aquellos malvados deben ser castigados, estás hablando contra ti mismo, porque cometes los mismos actos. Y sabemos que Dios, en su justicia, castigará a cualquiera que actúe de esa forma. “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús (Ro. 2. 23,24) pues “si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad”. (1 Jn. 1.9).

“… si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve, serán emblanquecidos, si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.” (Isaías 1,18).

“Deje el impío su camino, y el hombre necio sus pensamientos, y vuélvase a jehová el cual tendrá de Él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar”. (Isaías 55,7).

Escrito por el hermano JOSE L. ANGULO MENCO, filosofo, escritor, especialista en Ciencias Religiosas y Sagradas Escrituras y docente universitario.

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